"Nota: ninguna foto es mía, por favor, si quien las realizó desea que las retire solo tiene que pedirlo"
Sí, si es que alguien aun no lo sabía, soy un fan acérrimo de
Mr. Neil Young, y yo también tengo derecho ha realizar una, “mi personal”
crítica al concierto del pasado lunes 20 de junio en el Poble Espanyol de
Barcelona.
Decir que lo he conseguido ver todas la veces que ha venido
a Barcelona, para mí es un mérito, pese a que, ciertamente, esta super Rock Star
no se ha prodigado demasiado por estos lares, seguramente por motivos ajenos a
los muchísimos seguidores que siempre le hemos sido fiel.
Recuerdo que mi primer disco fue el vinilo “Comes a time”,
del '78 que de tanto ponerlo en el tocata del comedor, acabé escuchando un
“¡Basta! ¡No puedo más!” por parte de mi queridísima madre y tuve que relegarlo
al otro tocata de la habitación de un hermano mío.(Desde aquí, gracias Ricard
por haberme hecho disfrutar de tanta música, nunca lo olvidaré).
Tras ese “Comes a time” fue oír en casa de un amigo el
oxidante “Rust Never Sleeps” lo que provocó que estallara mi definitivo fervor
por el canadiense hippy millonario.
Pero no voy a explicar la cronologia de los discos o
álbumes?¿ que han ido pasando por mis oídos a lo largo de mi vida, solo que
Neil siempre ha sido como un acompañante más, tanto en las subidas como en las
bajadas.
Por eso el tercer concierto en Barcelona(y cuarto en que lo he
visto en directo), y tras la gran información en internet de todos los pasos,
setlists, etc del Sr.Young, se preveía(al menos en mi mente), como uno de los
mejores: una banda muy joven llena de tintes californianos y rock, herencia, en
algunos de su miembros, de su padre Willie Nelson, y un Neil rejuvenecido con
esa fuerza y empuje que siempre le ha caracterizado.
Un guión in crescendo, empezando al piano con After the Goldrush,
pasando por Heart of gold, Comes a time, Mother Earth... El gran Mr. Young en
su esencia, guitarra acústica en mano, armónica y armonium o piano, eso,
esencia y clásicos que ponían la carne de gallina, desgranaba los acordes sin
mirar al público, como de oficio, pero con profundidad y esa voz característica
y sin pérdidas ni vaivenes, paseando de un lateral a otro del escenario.
Neil estaba dando una lección de cantautor folk clásico,
sombrero oscuro ceñido y sus ya grises cabellos asomándose a la todavía luz del
sol.
Apareció la banda y nos obsequió con otros temas folk de
toda su carrera, Out on the weekend, From Hank to Hendrix, Human Highway, etc y
los comentarios entre el público de “si no ha perdido la voz”, “joder qué bien
canta”... sonido impecable.
Y apareció la Gretsch, para empezar el repertorio
electrificado: un Alabama maravilloso con ese sonido granjero del afamado álbum
Harvest y un soberbio Words, que fue estirando placenteramente, desgranando
gotas de un rock setentañero... bárbaro.
Tocaba el turno de la Old Black: Burn to love fue uno de los
temas más intensos y oxidantes de la noche, más de 15 minutos de puro rock de
todos los tiempos, con el óxido por bandera.
Neil, con esa venda que lleva desde hace un par de años en
su brazo derecho por una tendinitis, hacía repicar el óxido de su guitarra con
potencia, sin fisuras, mientras la joven banda parecía contagiarse de toda la
fuerza del maestro y hacía enloquecer a un público, quizás un poco estático,
pero absolutamente embelesado por ese ramalazo californiano oxidante.
Una contundente Mansion on the hill i más destellos de puro
Rock and roll auténtico, clásico y penetrante.
Revolution Blues, una vuelta folk, como para hacer un
pequeño receso a la carga voltaica hasta ese momento, con el tema acústico
Western Hero, para volver a la Old black con un impecable Vampire Blues, del
oscuro y a la vez fenomenal On the beach hasta llegar al éxtasis con un Rockin'
in the free world de otra dimensión.
Éxtasis, exacto, del público, éxtasis y catarsis de la banda
con un Neil apoteósico, brillante, desgarrador e impresionante, calado de
energía: el tema tuvo hasta cuatro finales, no había pausa, era como una
demolición...
Y al final del temazo todos los músicos abrazados haciendo
reverencia al gentío exultante: la reverencia tendría que haber sido al revés.
Tras una espera que se hizo muy larga, aunque probablemente
no lo fue tanto, aparecieron de nuevo para hacer un único bis ¡Pero qué bis! Un
esplendroso Cortez the killer lleno de magia, con un Neil paseándose por su
guitarra, con esa voz que no percibía ningún desfallecimiento pese a las dos
horas y pico de concierto, otro clásico del rock como colofón a una enorme
noche de luna llena.
Lástima que esa luna llena no apareciera hasta que los
músicos hubieron marchado, ¡qué bien hubiera sonado Harvest moon bajo su plena luz!