La guerra no es un juego de
niños.
De pequeño jugaba con
soldaditos de plástico,
les lanzaba piedras como si
fueran bombas
y cada derribo era una
víctima de mi victoria,
gritaba grandes onomatopeyas
y me sentía
el rey del mundo a cada
conquista.
La vida no es un juego de
niños.
De pequeño jugaba en el
jardín de mis padres
que subía y bajaba entre
plantas gigantescas,
selvas llenas de vida con
lagartos prehistóricos
que huían despavoridos al oír
nuestros gritos:
oxígeno, humedad y vida que
olíamos fresca
y que ya ahora, de mayores,
veo pura utopia.
El mundo no es un juego de
niños.
De pequeño pensaba que era
una pelota,
pero no está para patearlo,
pincharlo o quemarlo,
ni para ensuciarlo, mancharlo
de sangre e ira,
odio visceral y terror como
juego de mayores,
ni hambre por culpa de la
desidia de los poderosos,
mares y ríos contaminados
cual venas envenenadas.
De mayor quiero jugar a
cuidar mi tierra,
esta partícula de vida entre
universos paralelos,
archivos agrupados en cajas
de tiempos añejos,
verdes ocres remojados con
sabiduría incipiente,
palacios de naturaleza nunca
mustia sino deslumbrante
envueltos por sinónimos de
paz y antónimos de hastío,
con fronteras esculpidas por
capas de belleza
y por manojos de naturaleza
viva.
Barcelona, 24/01/17
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